Hace unos minutos terminé de leer Las Brujas, un cuento maravilloso de Roald Dahl, y debo confesar que durante la lectura me convertí en un niño de diez años, atrapado totalmente en la trama de la historia. Viví momentos de angustia, tensión, miedo, tristeza y alegría en cada una de sus 198 páginas, muy bien redactadas y con las ilustraciones fantásticas de Quentin Blake.
El cuento trata de un niño de siete años (no sabemos su nombre, pero es el héroe de la historia) que al perder a sus padres en un trágico accidente debe vivir con la única pariente que le quedaba: su abuela. Ella desde el primer momento lo acoge y para ayudar a su nieto a olvidar la muerte de sus padres le cuenta historias sobre brujas (era una gran narradora), y poco a poco le va diciendo que estas criaturas abominables sí existen y no son como las pintan en los cuentos.
Las brujas se presentan como seres normales solo que llevan pelucas porque son calvas, usan guantes para esconder sus largas y encorvadas uñas y tienen los pies cuadrados, sin dedos, sin embargo para que nadie sospeche de ellas, usan zapatos de punta lo cual les ocasiona grandes dolores, pero deben guardar las apariencias. Las brujas odian a los niños y los matan cruelmente, por eso ellos no deben salir solos porque puede haber una bruja esperándolos en cualquier lugar.
Durante las vacaciones de verano, la abuela hace unas reservaciones en el Hotel Magnífico en Bournemouth, Inglaterra. Junto a su nieto se disponen a pasar una temporada de playa, pero una tarde, mientras el niño se encontraba en el auditorio del hotel, escondido detrás de un biombo, amaestrando a sus dos ratoncitos blancos, descubre que todas las mujeres allí reunidas son brujas y planean convertir en ratones a todos los niños de Inglaterra con una sustancia mágica llamada el Ratonizador de Acción Retardada: una sola gota en cualquier golosina sería suficiente. Los ratoncillos-niños luego serían aplastados por las ratoneras o trampas que pondrían por millares.
Para la mala fortuna del niño, una de las brujas lo olfatea y es capturado por ellas; le hacen beber una sobredosis del Ratonizador de acción Retardada y lo convierten en un ratoncito gris que debido a su nuevo tamaño puede esconderse y salvarse. El niño ahora convertido en ratón logra llegar al cuarto de su abuela y le cuenta todo. La abuela acepta a su nieto y deciden salvar a los niños de Inglaterra. Para ello deben robar un frasquito de la poción mágica y echarlo en el puré que comerán las brujas.
El niño-ratón utilizará su diminuto tamaño para conseguir ingresar en el cuarto de la Gran Bruja y robarle un frasquito de la poción mágica. Ingresará en la cocina y vaciará todo el contenido en la sopera de plata donde colocarán el puré que las brujas cenarán esa noche. Todo sale como lo habían planeado: todas las brujas se convierten en ratones y son liquidadas por los trabajadores del hotel, mientras que el niño-ratón permanece protegido por su encantadora abuela. Nunca más recobrará su antigua forma, pero se siente orgulloso por lo que ha hecho y, además, muy a gusto con su nueva apariencia y por tener a una abuela que lo quiere mucho.
Disfruten esta lectura y recomiéndelas a sus alumnos, les encantará. Otros cuentos igual de fabulosos, del mismo autor, son: Los Cretinos, Zuperzorro, Danny campeón del mundo, La maravillosa medicina de Jorge, James y el melocotón gigante, Matilda, Charlie y la fábrica de chocolates...
¡Buen provecho!
Gracias por leer
Manuel Urbina